domingo, 21 de agosto de 2016

Liga de la Justicia: Ciudad de Metal. Capítulo 4

“¿Cómo estás?”
“Igual que siempre, no tienes que preguntar”
“¿Vienes a la junta?”
“Tal vez en otra ocasión”
Estaba en mi habitación, al igual que siempre, el olor a sudor, a tinta y plástico se había vuelto prácticamente parte de mí. Mis ojos ya se habían acostumbrado a mirar la computadora continuamente y mis manos podían escribir a una velocidad superior a la de un hombre regular. La red era mi único contacto con el mundo exterior, pero gracias a ella podía estar en cien lugares a la vez y me ocupaba de no perder el tiempo. Algunas personas me consideraban un holgazán por estar todo el día allí, centrado en cosas que ellos no podían entender, pero nadie podía culparlos, no estaba en sus manos, la culpa era de las personas que lo ocultaron, los demonios del pasado. Además, es difícil de creer que pueda conectarme con personas al otro lado del mundo a través de esta caja, en un principio ni yo lo creía.
La música siempre estaba demasiado fuerte, aunque solo fueran unas inofensivas tocatas de rock. Hacía ruido, sí, pero era mejor que escuchar el tecleo de mis dedos todo el día que estuvo al borde de llevarme a la demencia. Pero muchas cosas estaban cerca de volverme loco. No soy un tipo tan distinto a los demás, solo tuve la fortuna de acabar así. Antes solía salir con amigos y disfrutaba de actividades al aire fresco, no sé si aquella era una vida mejor o peor, pero fue cuando me metí en este sótano que me reveló una verdad que yo ignoraba totalmente.
Pero ni siquiera una persona como yo podía pasar todo el día frente a la computadora. A veces apagaba todo, excepto por una lucecita que tenía de pequeño y me ponía a dibujar. Nada en particular, en ocasiones eran personas que imaginaba, en otras eran lugares que quería visitar, pero al fin y al cabo eran solamente sueños, fantasías que tenía dentro de esa pequeña habitación. Me parecía extrañamente placentero crear cosas que vinieran de mi mente.
Moví el ratón y lo situé sobre uno de mis contactos.
“¿Estás ahí?”
Hace semanas que no respondía, desde la protesta que muchos de mis compañeros no hacían acto de presencia, desde el primer momento me temía lo peor, pero aún no quería darme por vencido. Desvié mi vista de la máquina para tomar un sorbo de una gaseosa. El líquido recorrió mi garganta calentando todo a su paso. Suspiré, tenía hambre, solo tenía que esperar a que alguno de mis padres recordara que tenía un hijo y se le ocurriera bajar a alimentarme, por suerte eso pasaba un par de veces al día. No sabía por qué me seguían considerando de su propia sangre, me imaginaba que no debía ser muy placentero tener que gastar tanto dinero en un ser que se la pasa todo el día frente a un ordenador… en especial con unas piernas tan inútiles como las mías, solo servían para colocarlas en la silla y ser un estorbo.
Seguí navegando por la red cuando miré la hora: las 12. Era imposible saberlo dentro de ese bunker, la luz no se atrevía a poner pie allí dentro, por lo que se podría decir que vivía en una oscuridad eterna, solo interrumpida por la reluciente pantalla de la computadora o la pequeña lámpara de mi izquierda. Coloqué mis manos a los lados de la silla de ruedas y me moví para apagar la ruidosa música. Entonces la escuché. Su tintinear monumental llegaba a todos los rincones de la ciudad, a mí me gustaba. Podía significar un recordatorio de represión severa, pero yo sabía que eso no era lo único. De alguna manera podía escuchar en su interior un aullido salvaje, un grito de libertad y un rechazo a su destino. La Campana era su ciudad. Podían haberla convertido en un símbolo del gobierno, pero yo sabía que en algún momento había sido la imagen de propiedades diferentes, algo como la esperanza, al menos esa era la perspectiva que yo quería darle. Tal vez finalmente estaba perdiendo la cordura.
Suspiré.
“¿Estás ahí?”

-¿Alguien puede decirme qué es el síndrome del superhéroe?
Tommy fue el único que alzó la mano, aunque todos le decían el Dientón, pues ya casi no le quedaban dientes debido a la frecuencia con que lo golpeaban. Yo prefería decirle Tommy, pues él me llamaba Christopher y tenía el deber de devolverle el gesto.
-Así les dicen a las personas que creen tener superpoderes, pero en realidad están locas.
-Muy bien, eso significa a grandes rasgos, pero ¿Saben cuándo surgió esta enfermedad?
-Cuando apareció la liga de la justicia- algunos de los abusivos se volvieron para mirarlo, se veían bastante cabreados. Él sabía que tenía que dejar de hacer eso antes de que se quedara sin dentadura, pero por alguna razón estaba decidido a no detenerse. Yo le tenía cierto respeto, pero prefería mantenerme alejado de él.
Me mantuve toda la clase sin moverme, habían algunos que se mantenían atentos, aunque solo eran uno o dos, el resto hablaba entre sí o lanzaba cosas, pero claro, nunca tan descaradamente con la profesora de Historia, ella era la única de la escuela que era capaz de mantener algún tipo de orden en la sala de clases. Yo solo miraba por la ventana, no era lo más grato del mundo, pero conseguía relajarme un rato. Las luces del atardecer lograban pintar el palacio de árboles de un color otoñizo, a veces el brillo anaranjado se asemejaba al de Central, pero luego desaparecía tan repentinamente como había llegado, pues la Vieja Gotham era la ciudad plateada, sus cielos la pintaban de un color blanquecino al llegar la noche.
Cuando la profesora comenzó a hablar de los centros de rehabilitación, para las personas afectadas por el síndrome, me estremecí. A veces me daba miedo pensar en eso, últimamente mucha gente estaba siendo diagnosticada con esa locura, por alguna razón se estaba esparciendo. Tenía un mal presentimiento acerca de eso.
Bostecé, el letargo se estaba apoderando de mi cuerpo, la imagen de hojas cayendo me mantuvo hipnotizado hasta que las pestañas de mis ojos comenzaron a abatirse sin mi consentimiento. Para evitar quedarme dormido comencé a dibujar en la ventana con mi dedo, mas esta no estaba empañada, por lo que no se podía apreciar nada. No me importó. Casi podía ver Central con sus edificios y sus calles, mi casa y a mamá.
La visión fue interrumpida por un haz de luz anaranjado, avanzaba rápidamente, tanto que era casi imperceptible. Se fue acercando cada vez más, hasta que todos los edificios que podía ver se fueron iluminados de manera cegadora. Mis ojos apenas tuvieron la capacidad de vislumbrar lo que ocurrió en esos segundos, de repente todos se encontraban en silencio y este fue interceptado por el rugido de una onda de impacto. Cerré mis ojos para aguantar la secuela, pero no se propagó como yo esperaba. Los árboles fueron los únicos atacados por una ola de viento que azotó todo a su paso.
Sentía cómo mi corazón latía desesperadamente, lo había visto todo, un asteroide había chocado contra Gótica.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario