“¿Cómo
estás?”
“Igual que
siempre, no tienes que preguntar”
“¿Vienes a
la junta?”
“Tal vez en
otra ocasión”
Estaba en
mi habitación, al igual que siempre, el olor a sudor, a tinta y plástico se
había vuelto prácticamente parte de mí. Mis ojos ya se habían acostumbrado a
mirar la computadora continuamente y mis manos podían escribir a una velocidad
superior a la de un hombre regular. La red era mi único contacto con el mundo
exterior, pero gracias a ella podía estar en cien lugares a la vez y me ocupaba
de no perder el tiempo. Algunas personas me consideraban un holgazán por estar
todo el día allí, centrado en cosas que ellos no podían entender, pero nadie
podía culparlos, no estaba en sus manos, la culpa era de las personas que lo
ocultaron, los demonios del pasado. Además, es difícil de creer que pueda
conectarme con personas al otro lado del mundo a través de esta caja, en un
principio ni yo lo creía.
La música
siempre estaba demasiado fuerte, aunque solo fueran unas inofensivas tocatas de
rock. Hacía ruido, sí, pero era mejor que escuchar el tecleo de mis dedos todo
el día que estuvo al borde de llevarme a la demencia. Pero muchas cosas estaban
cerca de volverme loco. No soy un tipo tan distinto a los demás, solo tuve la
fortuna de acabar así. Antes solía salir con amigos y disfrutaba de actividades
al aire fresco, no sé si aquella era una vida mejor o peor, pero fue cuando me
metí en este sótano que me reveló una verdad que yo ignoraba totalmente.
Pero ni
siquiera una persona como yo podía pasar todo el día frente a la computadora. A
veces apagaba todo, excepto por una lucecita que tenía de pequeño y me ponía a
dibujar. Nada en particular, en ocasiones eran personas que imaginaba, en otras
eran lugares que quería visitar, pero al fin y al cabo eran solamente sueños,
fantasías que tenía dentro de esa pequeña habitación. Me parecía extrañamente
placentero crear cosas que vinieran de mi mente.
Moví el
ratón y lo situé sobre uno de mis contactos.
“¿Estás
ahí?”
Hace
semanas que no respondía, desde la protesta que muchos de mis compañeros no
hacían acto de presencia, desde el primer momento me temía lo peor, pero aún no
quería darme por vencido. Desvié mi vista de la máquina para tomar un sorbo de
una gaseosa. El líquido recorrió mi garganta calentando todo a su paso.
Suspiré, tenía hambre, solo tenía que esperar a que alguno de mis padres
recordara que tenía un hijo y se le ocurriera bajar a alimentarme, por suerte
eso pasaba un par de veces al día. No sabía por qué me seguían considerando de
su propia sangre, me imaginaba que no debía ser muy placentero tener que gastar
tanto dinero en un ser que se la pasa todo el día frente a un ordenador… en
especial con unas piernas tan inútiles como las mías, solo servían para
colocarlas en la silla y ser un estorbo.
Seguí navegando
por la red cuando miré la hora: las 12. Era imposible saberlo dentro de ese
bunker, la luz no se atrevía a poner pie allí dentro, por lo que se podría
decir que vivía en una oscuridad eterna, solo interrumpida por la reluciente pantalla
de la computadora o la pequeña lámpara de mi izquierda. Coloqué mis manos a los
lados de la silla de ruedas y me moví para apagar la ruidosa música. Entonces
la escuché. Su tintinear monumental llegaba a todos los rincones de la ciudad,
a mí me gustaba. Podía significar un recordatorio de represión severa, pero yo
sabía que eso no era lo único. De alguna manera podía escuchar en su interior
un aullido salvaje, un grito de libertad y un rechazo a su destino. La Campana
era su ciudad. Podían haberla convertido en un símbolo del gobierno, pero yo
sabía que en algún momento había sido la imagen de propiedades diferentes, algo
como la esperanza, al menos esa era la perspectiva que yo quería darle. Tal vez
finalmente estaba perdiendo la cordura.
Suspiré.
“¿Estás
ahí?”
-¿Alguien
puede decirme qué es el síndrome del superhéroe?
Tommy fue
el único que alzó la mano, aunque todos le decían el Dientón, pues ya casi no
le quedaban dientes debido a la frecuencia con que lo golpeaban. Yo prefería
decirle Tommy, pues él me llamaba Christopher y tenía el deber de devolverle el
gesto.
-Así les
dicen a las personas que creen tener superpoderes, pero en realidad están
locas.
-Muy bien,
eso significa a grandes rasgos, pero ¿Saben cuándo surgió esta enfermedad?
-Cuando
apareció la liga de la justicia- algunos de los abusivos se volvieron para
mirarlo, se veían bastante cabreados. Él sabía que tenía que dejar de hacer eso
antes de que se quedara sin dentadura, pero por alguna razón estaba decidido a
no detenerse. Yo le tenía cierto respeto, pero prefería mantenerme alejado de
él.
Me mantuve
toda la clase sin moverme, habían algunos que se mantenían atentos, aunque solo
eran uno o dos, el resto hablaba entre sí o lanzaba cosas, pero claro, nunca
tan descaradamente con la profesora de Historia, ella era la única de la
escuela que era capaz de mantener algún tipo de orden en la sala de clases. Yo
solo miraba por la ventana, no era lo más grato del mundo, pero conseguía
relajarme un rato. Las luces del atardecer lograban pintar el palacio de
árboles de un color otoñizo, a veces el brillo anaranjado se asemejaba al de
Central, pero luego desaparecía tan repentinamente como había llegado, pues la
Vieja Gotham era la ciudad plateada, sus cielos la pintaban de un color
blanquecino al llegar la noche.
Cuando la
profesora comenzó a hablar de los centros de rehabilitación, para las personas
afectadas por el síndrome, me estremecí. A veces me daba miedo pensar en eso,
últimamente mucha gente estaba siendo diagnosticada con esa locura, por alguna
razón se estaba esparciendo. Tenía un mal presentimiento acerca de eso.
Bostecé, el
letargo se estaba apoderando de mi cuerpo, la imagen de hojas cayendo me
mantuvo hipnotizado hasta que las pestañas de mis ojos comenzaron a abatirse
sin mi consentimiento. Para evitar quedarme dormido comencé a dibujar en la
ventana con mi dedo, mas esta no estaba empañada, por lo que no se podía
apreciar nada. No me importó. Casi podía ver Central con sus edificios y sus
calles, mi casa y a mamá.
La visión
fue interrumpida por un haz de luz anaranjado, avanzaba rápidamente, tanto que
era casi imperceptible. Se fue acercando cada vez más, hasta que todos los
edificios que podía ver se fueron iluminados de manera cegadora. Mis ojos
apenas tuvieron la capacidad de vislumbrar lo que ocurrió en esos segundos, de
repente todos se encontraban en silencio y este fue interceptado por el rugido
de una onda de impacto. Cerré mis ojos para aguantar la secuela, pero no se
propagó como yo esperaba. Los árboles fueron los únicos atacados por una ola de
viento que azotó todo a su paso.
Sentía cómo
mi corazón latía desesperadamente, lo había visto todo, un asteroide había
chocado contra Gótica.
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