Recuerdo
claramente el día del accidente. Éramos yo y mi papá, nos mudábamos a la Vieja
Gotham. No era posible vislumbrar el cielo, debido a las nueves que cubrían el
fondo azulino. Mi papá sonreía cada vez que lo miraba, pero en el fondo sabía
que estaba tan triste como yo. Cuando subí al avión sentía las minúsculas
moléculas de agua chocar contra mi piel. Recuerdo de manera muy nítida los
momentos que estuve montado en el transporte volador, como si fuera la cinta de
una película que se está reproduciendo lentamente, imagen por imagen. Recuerdo
los gritos, los objetos cayendo, recuerdo a papá sujetándome la mano.
Ahora somos
gente de la reliquia plateada, pero aun no me acostumbro a serlo. Es solo el
hecho de que me resulta imposible eliminar los recuerdos de Ciudad Central, en
ese lugar todo era colorido y nuevo, las casas estaban pintadas, el aire estaba
limpio y las personas te saludaban en la calle, aunque fueran total
desconocidas para ti. Aquí todo es antiguo y peligroso, las personas no te
miran, las casas no tratan de darte la bienvenida y todos los nuevos recuerdos
que tengo son oscuros, normalmente plagados con angustia o miedo. Esta ciudad
se oscurece día a día, las calles son cada vez más arriesgadas y puedes
percibir en el aire que la maldad crece a cada momento, incuba en los
niveles inferiores de esta ciudad y se prepara para infectar aún más el mundo.
En este momento estoy con mi papá en la oficina del
director, él está hablando, pero yo no escucho nada, solo veo las reacciones de
sus caras, en su mayoría reflejan tristeza, como si lo que me ocurrió hoy
hubiera sido inevitable, como si fuera una señal de que nadie puede escapar de
la estirpe que cría esta maldita población.
Había terminado la clase de música y hoy me tocaba guardar
los instrumentos que mis compañeros habían abandonado apenas terminó la sesión
de aprendizaje. Realizaba la tarea pacientemente cuando se hizo oír la plata,
retumbaba por todos los edificios dentro del perímetro, se hacía escuchar por
sobre todos los gritos, los televisores, las radios, las aspiradoras,
simplemente podía llegar a oídos de cualquier persona que se encontrara a
aquella hora en la localidad, como si tuviera propiedades mágicas.
Tres chicos mayores tuvieron la ocurrencia de ir al salón y
al verme no encontraron nada más divertido que burlarse de mí
-Alexander- interrumpió el administrador de la escuela-
¿Escuchaste mi pregunta?
Miré a papá. No, no la había escuchado.
-¿Quieres contarnos
por qué golpeaste a esos niños?
- Ellos querían hacerlo primero- respondí, volviendo a mirar
mis nudillos manchados con sangre- Solo me estaba defendiendo.
-Bueno…- continuó el director luego de un suspiro- eran
niños muy conflictivos… pero cinco años mayores que tú, debes tener un muy buen
derechazo- no respondí, me limité a mirarlo a los ojos- Señor- dijo
dirigiéndose a mi apoderado- sé que ustedes deben están pasando por un muy mal
momento, debido a todas las tragedias que han tenido lugar recientemente para
usted y su hijo, pero solo quería preguntar algo- levantó la cabeza con un aire
curioso- ¿Cómo sobrevivieron al accidente de avión? No dice nada sobre eso en
este expediente sobre el estudiante…
-No queremos hablar de eso- se apresuró a responder papá-
sigue siendo un tema muy delicado, como usted ya ha dicho.
-Oh… por supuesto.
Acabamos la conversación y ambos nos fuimos caminando a
casa. Yo sabía que él no me reprendería, no me importuna, en tanto yo no le
pregunte por su extraño comportamiento, por su ausencia en las noches, por sus
horas continuadas en el sótano, en fin, en tanto no me entere de su reservado
proyecto. Lo único que he averiguado lo descubrí aquella vez que tuve la
oportunidad de bajar al piso subterráneo, entre la oscuridad solo pude ver un
montón de figuras triangulares amontonadas sobre una mesa, luego me encontró y
me prohibió bajar ahí. Desde entonces volver ha sido imposible.
-¿Papá?- interrogué alzando la cabeza, él me miró- ¿Cómo
sobrevivimos al accidente de avión?
Sus ojos aún decaídos se entrecerraron y dejaron escapar un
brillo índigo que transmitía aflicción.
-No lo sé, hijo.
Mi corazón saltaba de mi pecho mientras caminaba hacia la
tienda, quería correr, pero no me atrevía a hacerlo. Mi cabeza daba vueltas y,
como siempre, miraba el pavimento, pues no osaba levantar la vista. Estaba tan
nerviosa que apuraba el paso, pero mi cerebro me recordaba que no debía y como
resultado mis piernas temblaban de manera incontrolable. Tenía miedo, tenía
mucho miedo, eran las 6 de la tarde y el cielo ya se preparaba para la puesta
de sol, eso ya lo sabía, pero no podía mirar. La discusión era entre yo y mis
pies, de alguna manera tenía que convencerlos de seguir moviéndose, mas ellos
ya no estaban siendo muy comunicativos. Cuando me di cuenta de que estaba
fracasando sentí las lágrimas nublando mi vista y mi cerebro se rindió. Me
detuve, mis rodillas chocaron contra el suelo y comencé llorar, lastimosa y
silenciosamente. Sentí cómo mi mano trémula comenzaba a oscilar a una velocidad
exponencial, hasta que vibraba con una rapidez inhumana. La sujeté con mi otra
mano y traté de detenerla mientras mi mundo se derrumbaba. Tragué saliva y
pensé en el viejo, él era el único que podía ayudarme. Me levanté a duras penas
y seguí caminando.
Al llegar fuera del local me encontré con una escena que no
me esperaba. Eran las marionetas del presidente, autodenominados soldados de
oro, eran lo que mantenían el orden. Se creen hijos de los héroes, porque detienen
a los alborotadores, pero nunca sentí que tuvieran aptitudes heroicas.
Caminaban de acá para allá y conversaban entre ellos
mientras algunos realizaban anotaciones en libretas. Sus cascos blancos
relucían impecables como un inodoro y sus ropas azules los hacía semejantes a
unos extraños ciclistas. No estaban armados, pues no hay rebeldes ni revueltas
importantes en Nueva Metrópolis, o eso era lo que querían que pareciera.
Lo primero que me vino a la mente fue que por fin habían
atrapado al viejo, que de una vez habían descubierto sus historietas blasfemas
y se lo habían llevado como a cualquier alborotador, pero al acercarme pude
sentir que ocurría otra cosa. No tuve que hacer más que mirar a una de las
marionetas que me veían acercarme para darme cuenta que su mirada no era
sentenciosa.
-¿Qué le pasó?- dije conteniendo las lágrimas.
-No lo sabemos, estaba muerto cuando llegamos- el soldado
volvió a su quehacer mientras yo sentía las gotas saladas recorrer mis mejillas
para posarse en mi cuello. Caminé hacia adentro, nadie me prestó atención.
Llegué a la inmensa sala cubierta por cajas y me dirigí a paso lento hacia la
puerta del fondo, al pasillo y a la sala de la izquierda, alguien ya había
estado allí, pues todo había desaparecido: los comics, los bocetos, los dibujos, todo. Era todo el
material de los falsos héroes, debieron habérselo llevado, debieron haberlos
quemados y yo no podía hacer nada al respecto, solo tenía que olvidarlo y negar
que alguna vez fui su cliente, actuar como si ignorara todo conocimiento de la
sala trasera y de lo que el viejo hacía en ella. Pero eso era más de lo que
podía soportar.
-¡¿Qué pasó con los cómics?!- le grité a la primera
marioneta que vi cuando salí de la habitación.
-¿Qué cómics?- peguntó volviéndose hacia mí y mirándome como
si fuese un estorbo.
-¡Los del viejo! ¡Estaban en esa habitación!- apunté la
puerta a mi izquierda- ¡Junto con dibujos y otras cosas! ¡Sé que se las
llevaron!
-No sé de qué hablas, mocosa- respondió sin prestar mayor
atención.
Estuve a punto de darle una bofetada cuando escuché un ruido
que provenía del techo.
-¿Qué es eso?- musité, pero ya nadie me hacía caso.
Salí por la ventana que daba hacia un callejón y observé, el
ambiente era un silencio absoluto, solo interrumpido por el motor de los coches
que pasaban de vez en cuando. Pensé que eran locuras mías y me dispuse a
regresar cuando el sonido volvió a hacerse presente, venía del techo. Subí las
escaleras que daba a la azotea tan rápido que un segundo después recordé por
qué me sentía tan asustada. Sentí cómo el vómito escurría por mi garganta
cuando vi una figura oscura moverse un par de tejados más adelante. Dejé de
lado el dolor y la incertidumbre para perseguirlo. Volví a percibir el viento
en mi cara, mis pies inquietos y la energía electrizante que recorría mi
cuerpo. Me detuve un momento para respirar, volví a mirar mi mano, la cual
oscilaba de tal manera que no se podían distinguir los bordes, sin embrago,
esta vez no la observaba con miedo. Me olvidé del hombre que perseguía y miré a
mi alrededor, la ciudad presentaba un hermoso vestido dorado cuya hermosura se
centraba en una pequeña campanilla. El oro se alzaba majestuosamente en medio
de la ciudad, siempre en espera del mediodía. Solté un suspiro.
Entonces corrí.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario